Ganadora del Pullitzer en 2014, la novela tiene por motor "El jilguero", una pintura de pequeño formato de Carel Fabritius (discípulo de Rembrandt) donde el citado pájaro aparece sobre una pequeña estructura a la cual tiene atada una pata. En aquél entonces era una mascota común, a la que se entrenaba a hacer pequeños trucos y cuya existencia era una paradoja, "libre" para volar y sin una caja que lo limitara, pero atado. Aquí, es el protagonista de la pintura que Theo Decker, un adolescente, toma en un arranque inconsciente de un museo. Unos minutos antes fue víctima, como varios más, de la explosión de una bomba que terminaría con la vida de su madre y cambiaría por completo el rumbo de su vida. Las páginas se ocupan del ir y venir de Decker entre varios hogares, su duelo y reconciliación con los fantasmas del pasado.
La pluma de Tart recuerda a la de Dickens. Es detallada en atmósfera, rica en sus diálogos y pensamientos, sobre todo, en su exploración de su protagonista. "El jilguero" es el MacGuffin y la metáfora perfecta para dialogar sobre aquello que nos define y nos ancla. Por si fuera poco es el mejor homenaje al arte de la vida y a la vida del arte. Si toda la novela es una obra de arte, sus últimas páginas, el destino de Theo, es un poema sobre ello.
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